Una de las razones por las que Internet ha sido tan lucrativo y transformador es por cómo se creó. Desde los años 60 hasta los 90, los cimientos de la actual Internet se construyeron a través de una serie de consorcios y grupos de trabajo informales compuestos por laboratorios de investigación gubernamentales, universidades públicas y tecnólogos independientes. Estos colectivos, por lo general sin ánimo de lucro, solían centrarse en establecer estándares abiertos que les ayudaran a compartir información de un servidor a otro (es decir, mensajes o archivos) y, de este modo, facilitar la colaboración en futuras tecnologías, proyectos e ideas.
Los beneficios de esta estrafalaria procedencia fueron amplios. Y muchos de ellos perduran hoy en día. Por ejemplo, cualquier persona con una conexión a Internet podía construir un sitio web en minutos y sin coste alguno utilizando HTML puro, e incluso más rápido utilizando una plataforma como GeoCities (¡que todavía era gratuita!). Y una única versión de este sitio era (o al menos podía ser) accesible por todos los dispositivos, navegadores y usuarios conectados a Internet. Además, ningún usuario o desarrollador necesitaba ser desintermediado. Y si decidían utilizar algún intermediario, como los servicios de pago o una plataforma o un minorista, tenían muchos para elegir. El uso de estándares comunes también significaba que era más fácil y barato contratar, trabajar con proveedores externos, integrarse en software o aplicaciones de terceros o reutilizar el código. El hecho de que muchos de estos estándares fueran gratuitos y de código abierto también significaba que las innovaciones individuales a menudo beneficiaban a todo el ecosistema, al tiempo que ejercían presión competitiva sobre los estándares propietarios de pago y ayudaban a controlar las tendencias de búsqueda de rentas de las plataformas que se encuentran entre la web y sus usuarios (por ejemplo, fabricantes de dispositivos, sistemas operativos, navegadores e ISP).
Nada de lo anterior impidió que las empresas obtuvieran beneficios en Internet, desplegaran un muro de pago o crearan tecnología propia. Al contrario, permitió que se crearan más empresas, en más áreas, que llegaran a más usuarios y que obtuvieran mayores beneficios, a la vez que impedía que los gigantes anteriores a Internet (y, sobre todo, las empresas de telecomunicaciones) la controlaran. En la actualidad, la mayoría de las empresas públicas más valiosas del mundo proceden de la era de Internet (o han renacido gracias a ella).