Los beneficios fueron amplios. La misma planta disponía ahora de mucho más espacio, más luz, mejor aire y menos equipos con riesgo de muerte. Además, los distintos puestos podían alimentarse individualmente (lo que aumentaba la seguridad, a la vez que reducía los costes y el tiempo de inactividad) y utilizar equipos más especializados (por ejemplo, llaves de tubo eléctricas).
Además, las fábricas podían configurar sus áreas de producción en torno a la lógica del proceso de producción, en lugar de los enormes equipos, e incluso reconfigurar estas áreas de forma regular. Estos dos cambios significaron que un número mucho mayor de industrias podían desplegar líneas de montaje en sus plantas (que en realidad habían surgido por primera vez a finales del siglo XVIII), mientras que las que ya tenían esas líneas podían ampliarlas más y con mayor eficacia. En 1913, por ejemplo, Henry Ford creó la primera cadena de montaje en movimiento, que utilizaba electricidad y cintas transportadoras para reducir el tiempo de producción por coche de 12,5 horas a 93 minutos, al tiempo que utilizaba menos energía. Según el historiador David Nye, la famosa planta de Ford en Highland Park "se construyó partiendo de la base de que la luz y la energía eléctrica debían estar disponibles en todas partes".
Una vez que unas pocas plantas iniciaron esta transformación, todo el mercado se vio obligado a ponerse al día, lo que estimuló más inversiones e innovaciones en infraestructuras, equipos y procesos basados en la electricidad. Un año después de su primera línea de montaje móvil, Ford producía más coches que el resto de la industria. Para su coche número 10 millones, había fabricado más de la mitad de todos los coches en circulación.
Esta "segunda ola" de adopción de la electricidad industrial no dependió de un único visionario que diera un salto evolutivo desde el trabajo principal de Thomas Edison. Tampoco fue impulsada únicamente por un número creciente de centrales eléctricas industriales. Por el contrario, reflejó una masa crítica de innovaciones interconectadas, que abarcaron la gestión de la energía, el hardware de fabricación, la teoría de la producción, etc. Algunas de estas innovaciones cabían en la palma de la mano de un director de planta, otras necesitaban una sala, unas pocas requerían una ciudad, y todas dependían de personas y procesos.
Volviendo a Nye, "Henry Ford no concibió primero la línea de montaje y luego delegó su desarrollo a sus gerentes. ... [Las] instalaciones de Highland Park reunieron a directivos e ingenieros que conocían colectivamente la mayoría de los procesos de fabricación utilizados en Estados Unidos... pusieron en común sus ideas y aprovecharon sus variadas experiencias laborales para crear un nuevo método de producción". Este proceso, que se produjo a escala nacional, dio lugar a los "locos años veinte", en los que se produjeron los mayores aumentos medios anuales de la productividad del trabajo y del capital en cien años.